viernes, 27 de mayo de 2011

Resumen del testimonio de Tim Conway

http://www.youtube.com/watch?v=9g4LYlTuIso&feature=related

Testimonio de Tim Conway: Resumen.


Tim creció en el seno de una familia irlandesa católica muy nominal, (en Michigan).  En toda su vida fue probablemente unas cinco veces a la iglesia católica.  Sin embargo, llevaba consigo a todos lados una cruz de plata que le había regalado su abuelo.   

En 1986, año en que cumplió 21, vivía lo que él define como el estilo de vida de un comercial de cerveza, queriendo decir: para pasarlo bien, para disfrutar; haciendo todo lo que tenía a su alcance con ese fin.

Había empezado a beber mucho y a consumir drogras regularmente en la enseñanza media/secundaria, diciéndose a sí mismo que dejaría eso al salir del colegio.  
Pero salió del colegio y siguió peor.  También siguió haciéndolo en la universidad -cada vez peor- y aún diciéndose que podría parar al graduarse.  
Una vez que se graduó de Ingeniero Mecánico se dio cuenta que no iba a poder dejarlas, que sólo había ido de mal en peor.

Hasta entonces pensaba que tenía todo bajo control, que todo sería tal cual creía.  Desde que se decía: obtendré un título/ grado en Ingeniería y un trabajo de ingeniero, y así dinero para vivir la vida que deseo.   Y entonces llegó el año 1990 y el Señor empezó a golpearlo una y otra y otra vez.  Ni siquiera sabía lo que le estaba ocurriendo.
Cree que llegó a pensar que estaba a punto de perder la razón.  
Entre las muchas cosas que le ocurrieron, jugando soft ball su pierna (derecha, al parecer, pues llevó la misma mano hacia esa rodilla) se le dobló hacia atrás y su rodilla se hiper extendió.  A causa del dolor andaba gimoteando.  
Estaba usando tanta metanfetamina y cocaína, que en el trabajo tenía que ir a sentarse al baño para apoyar su cabeza en el muro, con el fin de aliviar el tremendo dolor de cabeza que sentía.  Llegaba el fin de semana y no lograba siquiera empezar a hacer su trabajo.   
La empresa para la que trabajaba fue comprada por unos japoneses y había varios ingenieros japoneses ahí.   Entabló amistad con uno que tenía cierto rango entre los ingenieros -quien era aficionado al golf y a la bebida como él- y debido a esto, en cierto modo se sentía cubierto, como si eso pudiera evitar que fuera descubierto su bajo rendimiento.  
En medio de todos sus pesares, el Ingeniero Jefe le pidió que le llevara a su oficina los proyectos en que debía estar trabajando.  

Dice que ahí debió perder el trabajo.  Que sólo el Señor pudo impedirlo.  Cuenta que, incluso, al ir a la primera entrevista de ese trabajo -un jueves- le pidieron que fuera a una prueba de drogas al día siguiente.  Había estado fumando droga y aspirando cocaína -ni siquiera pensó en que le iban a hacer esa prueba- asi que, queriendo darse tiempo para purificar su sistema preguntó si podía hacerlo el lunes; pero su entrevistador insistió en que fuera al día siguiente.  Partió entonces ese viernes en su moto y cuando llegó al lugar lo encontró rodeado de cintas amarillas (las que usan cuando ha habido una catástrofe): se había incendiado la noche anterior.   El Señor lo preservó para que le dieran ese puesto/cargo -a pesar de él y todo su pecado- pues, con el tiempo -después de que el Señor lo salvó y empezó a sobresalir como ingeniero- por estar en esa empresa sería enviado a San Antonio (Texas).

Así que fue a la oficina de su jefe, quien lo reprendió desde las nueve y a lo largo de todo el día.  Estaba a punto de perder su trabajo.  Sus padres fueron diagnosticados con cáncer en la misma semana.   Su vida se estaba desmoronando, después que “había tenido todo perfectamente bajo control”: lo que deseaba, sucedía.  
Fue cojeando hasta la sala donde podían tomarse un descanso.  Había dos tipos sentados ahí y uno de ellos tenía un libro y lo escondió bajo la mesa.   Sin importarle eso -apestado/fastidiado por todo el desastre que había en su vida- mientras estaba poniendo monedas en una máquina, aquel tipo empezó a preguntarle acerca de religión y Tim le dijo que era católico.  Y el tipo dice: “¿Alguna vez pensaste que el Papa es el anticristo?”.  
Tim respondió que fuera lo que fuese no le importaba.  Entonces, el tipo le llevó unos folletos acerca de la Inquisición que él leyó.  Luego se acercó a su escritorio y le preguntó si los había leído.  Tim respondió que sí, y entonces le dejó un libro.  El título del libro es “El evangelio de acuerdo a/según Jesús” y su autor es John MacArthur.

Empezó a ocurrir esto: camino a su hogar, cada noche pasaba a comprar cervezas y, una vez que llegaba a su departamento, con una cerveza en una mano y en la otra el libro, empezó a leerlo.  Quería beber hasta ahogar sus penas /perder los sentidos /quedar inconsciente /olvidar las cosas desagradables que le estaban ocurriendo, ¡pero no podía dejar ese libro!  
Y una noche mientras leía, literalmente, el Espíritu de Dios le dio convicción de pecado, justicia y juicio, Jn 16 (v.8): vio su pecado, vio que no tenía justicia, y que merecía el juicio de Dios.
Dice que ese libro es acerca de arrepentimiento, de la naturaleza de la salvación verdadera, de seguir a Cristo y de que (el precio es que) a uno le cuesta todo.  El texto “de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma” (Mt 16:26 y Mr 8:36) le dio convicción.   Pero no fue salvado en ese momento.  

Tenía unos treinta amigos, y eran muy “apegados”; hacían de todo juntos: juergas, deportes, apuestas, todo.  Tim tenía reputación de loco; loco sobre la moto, loco en su vida.
Y ese día tuvo convicción.  Pero ahí estaba también el diablo susurrándole cosas al oído.   
Porque, además de “de qué le sirve al hombre...”  conoció este otro texto que MacArthur puso en el libro: “a menos que lo dejes todo, no puedes ser Mi discípulo”, Lc 14:33.  
Dice que era como si por un oído escuchara los textos “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”, “a menos que lo dejes todo”; y,  por el otro, al diablo susurrándole: “no puedes dejar este estilo de vida; no puedes abandonarlo.  Esto es lo que tú eres”.
Los siguientes tres meses, en su mayor parte, fueron de sufrimiento /incertidumbre.  
Quería beber hasta perder los sentidos.  Sin embargo, no podía dejar ese libro.  
Finalmente, conociendo el nombre del autor, fue a la librería y compró grabaciones de John MacArthur y una Biblia.  Empezó a escuchar las cintas y a leer la Biblia.  Luego de leer el Nuevo Testamento por alrededor de dos semanas veía juicio y condenación en cada página.  
Había esta lucha en él.

Por ese entonces fue a Indianápolis 500 (pista de carreras de autos y motos), donde se emborrachó con sus amigos.  Había unas cien mil personas tratando de salir de ese terreno lleno de lodo, y en ese barro encontró un “tratado”/folleto.  Sus amigos se fueron al bar y él vagó por las calles sin saber qué le estaba ocurriendo.  Le parecía que estaba rogando, pero luego no sabía a quién.  No sabía lo que le estaba ocurriendo.   

Ese 4 de julio fue a la playa con sus amigos y de nuevo se emborracharon.  Sintiendo un profundo vacío interior, estaba al límite.  A eso de las tres de la tarde dejó al grupo y condujo  hasta su departamento en Kalamazoo (Michigan).   
Apenas entró encendió su equipo.  John MacArthur estaba enseñando en esa cinta sobre la Santidad de Dios, en Isaías 6.  Era muy claro/preciso, y cayó al suelo/piso.
En algún momento en medio de esa noche despertó temblando de pies a cabeza.  Y no sabe si fue audible o sólo lo dijo en su interior, pero dijo: “¡Dios, ayúdame!”.  Dice que entonces ocurrió algo tal como dice una estrofa de la canción “¿Puede ser …?” de (Charles) Wesley “que las cadenas cayeron y la prisión brilló con luz”.   Al pronunciar esas tres palabras (“God, help me!”), no sabe si físicamente vio una luz o fue algo en su interior, pero cuando clamó al Señor, algo le ocurrió.  
Dice Tim: “Quiero decir, nací de nuevo.  ¡Eso fue lo que ocurrió!”.  

Desde aquel día en adelante sintió un hambre insaciable por la Palabra de Dios.
Tanto en auto como en la moto había andado siempre a toda velocidad, escapando de la policía y todo.  Se jactaba de que nadie lo adelantaba cuando conducía.   
Ahora, el Espíritu de Dios lo tenía bajo convicción y respetaba la velocidad indicada; todos lo pasaban y era durísimo para él, pero sabía que eso era lo que el Señor quería que hiciera.  Repentinamente, rebosaba de alegría.  ¡Estaba siendo instruido con buena enseñanza!  
Hace hincapié en que hasta ese momento no tenía un mentor; es decir, no estaba siendo guiado por una persona, aparte del libro y las cintas con los mensajes de John MacArthur.  Sabía que algo le había ocurrido, pero no sabía exactamente qué.  Sabía que Cristo lo había hecho.  Y sabía que estaba teniendo esta alegría indescriptible.  Recuerda que salía del baño en la mañana y estaba tan rebosante de alegría que caía de bruces.

Sin embargo, seguía bebiendo y yendo a bares con sus amigos, pero ahora evangelizando.   Cerca de la Navidad, a menos de seis meses de haber sido convertido y todavía sin ningún entrenamiento en las Escrituras, se encontró con un amigo del colegio que estaba haciendo un Master en Teología (católica).  Ese joven estaba preparándose para ser jesuita y había ido a Michigan debido a esta festividad.  Y Tim empezó a contarle lo que le estaba pasando.  El tipo se indignó y le dijo: “¡Conway!, ¿quién eres tú para decirme algo?.  ¡Ni siquiera puedes decirme cuál fue el primer milagro que realizó Jesús!”.  Tim bajó su cabeza y respondió: “Tienes razón, Dave, no sé”.   
(Aquí Tim dice esto: “Fui a casa esa noche y averigüé cuál fue el primer milagro de Jesús”).   
Y agregó: “Dave, todo lo que puedo decirte es que tú sabes quién era yo y ahora soy totalmente diferente”.   No sabía lo que era, pero sabía que Cristo lo hizo.  
El tipo estaba furioso.   Era como si pensara que no hay respuesta para eso, aun cuando se es un teólogo.

Y ocurrió que un día, saliendo de uno de los Deptos. en su trabajo -donde todos sabían que era un tipo loco- escuchó que alguien cuchicheaba: “Oye, ¿qué le pasó a él?”.  Y a otro que le respondió: “Te diré lo que le pasó: Dios lo salvó”.   Tim se detuvo en seco y se dijo: “¡Oh...!,  ¡eso fue lo que me pasó!”.  Había estado leyendo el libro de John MacArthur y en ese momento tuvo la respuesta.
Esa noche estuvo parado a la luz de la luna mirando al cielo, alegrándose al caer en (la) /darse cuenta de que ahí hubiera regocijo por él.